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Reconocimiento al combatiente constitucionalista José A. Beltré

Reconocimiento a la vida de José Altagracia Beltré, combatiente constitucionalista que, como muchos otros, vive en el olvido

Cuando Esteban Reyes y el Dr. Radhamés Trinidad nos presentaron a José Altagracia Beltré, y nos pidieron que escucháramos de su propia voz, no sólo el papel que jugó en la seguridad de Juan Bosch mientras ejerció la Presidencia de la República sino, la valiente y decidida participación que había tenido en la Revolución de Abril, como se conoce a la gesta más hermosa que el pueblo dominicano se ha dado en los últimos 150 años, no podíamos imaginar que los documentos que nos habría de presentar, en su humilde y acogedora morada, iban a tener la contundencia y veracidad que exhiben. No negamos que al principio, por estar acostumbrados a escuchar falsos protagonismos, en un medio saturado por el insulso heroísmo de muchos, albergamos ciertas dudas, razonables cuando se conoce la deformación social con que la baja pequeña burguesía ha moldeado la patria que nos fue legada por los trinitarios.

Juan Bosch pasó hambre, caminó descalzo por las calles de Caracas con un solo pantalón y una sola camisa; se vio precisado a lisonjear al tirano para poder desprenderse de ese régimen de oprobios; sufrió un exilio de limitaciones de casi un cuarto de siglo; alcanzó la presidencia de la República, de la que fue derrocado por los usurpadores de la fortuna que Trujillo había construido con la sangre del pueblo; regresó al exilio y durante dos años trabajó sin descanso con el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez organizando un movimiento armado para consumar el retorno de la constitucionalidad; perdió unas elecciones celebradas bajo las botas del intervencionista yanqui, el mismo que puso en marcha el golpe de Estado que lo expulsó del poder; volvió al exilio, voluntariamente, para poner orden a sus ideas y darse, por la crisis que la democracia de América había sufrido en la República Dominicana, un rumbo ideológicamente diferente... y, el 16 de marzo de 1967, desde España, con un pueblo dominicano bañado en sangre por el látigo balaguerista, y una agenda a la que no le sobraban segundos, el fundador del Partido Revolucionario Dominicano fue capaz de inventar tiempo, por el significado que para él tenía José Altagracia Beltré, para escribirle desde su maquinilla -«color gris "Underwood Five", una de las pertenencias del profesor Bosch que el notario Sánchez Báez, acompañado de un contingente militar, y en presencia de testigos, había inventariado (el 28 de septiembre de 1963) con minuciosidad jacobina, cuando los golpistas le habían confiado la misión de levantar un acta de comprobación de los muebles y efectos que había en la residencia del expresidente» (Juan Bosch, el moralista problemático/Andrés L. Mateo)- y decirle: “Me puse muy contento con tu carta y se la enseñé a la persona cuyo nombre le pusiste a tu hijito (Francisco Alberto Caamaño Deñó) a quien Dios bendiga y dé larga vida... Siempre he tenido cierta confianza en que a ti te será más fácil desenvolverte por la capacidad que tienes en tu trabajo y por tu simpatía natural, tu seriedad y tu honradez”. (Paréntesis míos, nh).

José Francisco Peña Gómez pasó hambre y caminó descalzo por las calles dominicanas; creció con necesidades que desbordan lo imaginable y padeció el discrimen de la casta dominante; lanzó al pueblo dominicano a las calles para apoyar a los militares constitucionalistas en la lucha que iniciaron para retornar el país a la Constitución de 1963 y devolver a Juan Bosch el gobierno que le habían quitado; hizo presidentes a cuatro perredeístas porque su negritud ofendía a los "blancos" del dominio hegemónico y "no era su momento"; ocupó los más altos cargos de la Internacional Socialista a nivel mundial y era altamente respetado, admirado y querido por los grandes políticos europeos; ejerció el gobierno capitalino con entrega total; propició una modificación a la Constitución en busca de la institucionalidad del país y resultó burlado por el tigueraje; fue objeto de una denigrante campaña proselitista que llevó al gobierno lo peor de la sociedad dominicana... y, con compromisos de toda índole que hacían imposible su disponibilidad en un acto que no estuviese programado con tiempo suficiente, hizo acto de presencia para entregar a José Altagracia Beltré un pergamino en el que le reconocía por "haber defendido... los derechos clasistas de los trabajadores que representó y la institucionalidad de la Universidad Autónoma de Santo Domingo".

El reconocimiento que tanto Juan Bosch -el dominicano más ilustre del siglo XX, con compromisos que lo agobiaban y a quien nunca, por estar inmerso en atender las necesidades de la patria, el tiempo le alcanzaba- como José Francisco Peña Gómez -el más extraordinario orador y líder de masas que ha dado la República Dominicana-, las dos personas de más relevancia política después de Juan Pablo Duarte, han hecho a la verticalidad, el valor y la entereza de José Altagracia Beltré disminuye nuestras pretensiones, que cobran vida con la degradación moral exhibida por los líderes del partido de gobierno, y del propio gobierno, al despedir, como si fueran los de un prócer, los restos de un ser humano que sólo pudo mostrar como estandarte una fortuna sustentada en los juegos de azar, "bautizada con la vileza del poder", nociva para la sociedad.

José Altagracia Beltré pretendió darnos las gracias porque habíamos hecho lo que estamos obligados a hacer: reconocer y venerar las figuras, como la de él, que han dado todos los días de su vida -a cambio de postración, miseria, muerte y olvido- para brindarnos, a cada dominicano, un pedazo de tierra libre y soberano en el que podamos convivir, en paz y armonía, con las mínimas necesidades cubiertas. Ni podíamos ni podemos aceptar las gracias de José A. Beltré; ni podremos aceptarlas nunca. Somos nosotros los que estamos en deuda con él y todos los que enfrentaron las tropas yanquis cuando intentaron pisotearnos con sus botas, y podemos decir a viva voz que esas tropas del imperio, que siembran muerte y desolación en todos los lugares donde ilegalmente irrumpen, no pudieron vencer el coraje y la determinación con que fueron enfrentados. Hemos sido, junto al vietnamita, los únicos pueblos que Estados Unidos no ha podido doblegar con las armas, y a quienes debemos agradecer por tanto arrojo y sacrificio es a José Beltré y a todos los combatientes constitucionalistas, que merecen ser reconocidos y honrados en todas las instancias de la sociedad dominicana.

Debemos expresar nuestro agradecimiento al doctor Radhamés Trinidad y a Esteban Reyes porque hicieron posible nuestro acercamiento al luchador de la Revolución de Abril, como también a Elvin Santana que, con su eterna disposición a difundir valores, ha hecho posible este legado con el que pretendemos honrar a José A. Beltré y a los demás combatientes constitucionalistas, y a Acento.com.do por haber publicado en tres entregas el contenido del reconocimiento.

Nemen Hazim
26 de diciembre de 2015
San Juan, Puerto Rico