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David Ortiz y la seguridad ciudadana en República Dominicana

La criminalidad no distingue cuando sus orígenes radican en una sociedad deformada. Por eso un degenerado ha sido capaz de concebir la muerte de David Ortiz y otro de intentar consumarla

El que envió a matar a David, el que lo hirió y el que lo transportó (al autor del disparo) son sólo tres de los malignos que, junto a los que gobiernan, se han adueñado de la sociedad dominicana. Solo una persona muy degenerada puede atreverse a quitarle la vida al dominicano más reconocido; a ese gigante del béisbol que hizo realidad que el equipo de los Medias Rojas de Boston conquistara tres Series Mundiales en apenas 10 años después de haber pasado 86 sin ver una corona; a ese que dio gloria a la nación y fue galardonado de manera paradigmática.

¿Por qué es el dominicano más reconocido? Porque en nuestro país "el béisbol lo es todo"; habrá muchos que no saben quién fue Juan Pablo Duarte; quién es el actual mandatario; quién fue Francisco Caamaño Deñó o Rafael Tomás Fernández Domínguez; pero con absoluta certeza todos han escuchado hablar de, y visto a, David Ortiz, Pedro Martínez, Vladimir Guerrero, Manny Ramírez, Sammy Sosa...

Aquellas personas que hablan acerca de que en República Dominicana hay seguridad y que cada quien tiene "libre albedrío", les sugerimos que en las noches visiten esos lugares de la avenida Venezuela, Herrera y cientos de barrios -"Tierra de Nadie"- diseminados alrededor del Gran Santo Domingo, o se desplacen a los suburbios o guetos que coexisten en todos los pueblos del país. Es bueno que se tenga conocimiento que en la Venezuela (en la avenida, no en el país; es pertinente la observación dado el encono contra la Revolución Bolivariana) hay ambientes en los que el costo de la reservación de una mesa para seis personas oscila entre los 600 - 750 mil pesos dominicanos (unos 12 - 15 mil dólares; no se piense que son lugares que emulan al Palacio de Versalles o algo parecido; no, el costo de la reservación nada tiene que ver con el lujo); si a esa exorbitante suma se le añade el consumo (proyectado a unas cinco horas), los ocupantes pagarán, a la hora de marcharse, entre 2 y 3 millones de pesos -por eso las propinas alcanzan los 20 - 30 mil pesos (400 - 600 dólares)-.

Sobresalen, en esa misma avenida, "Liquor Stores" en los cuales la bebida más barata se expende en 12 mil pesos (240 dólares); ¿la más cara?, sobrepasa los 200 mil (4,000 dólares), y puede provenir de cualquier punto del globo terráqueo. ¿Quiénes son las personas que pueden darse semejante lujo? El cerebro, si es ejercitado de vez en cuando, puede proporcionar la respuesta.

David Ortiz es el producto de su medio; sus vídeos lo muestran tal cual es. Algunos no deberían estar circulando en las redes: son tan pedestres que quienes lo idolatramos y queremos sentimos vergüenza ajena. ¿Es bueno? ¿Es malo? Cuando a alguien le hacen el reconocimiento que le hizo a David la ciudad más importante del estado más importante (hablamos desde el punto de vista histórico, académico e intelectual) del país más desarrollado y poderoso del mundo lo lógico es que ajuste su comportamiento para no defraudar a quienes lo distinguieron.

Mientras Sammy Sosa se reúne con el emir de Catar o cena con un expresidente de Estados Unidos o con su esposa (la del expresidente); mientras Alex Rodríguez comparte almuerzo con el tercer hombre más rico del mundo, y a la vez el más grande emprendedor, inversionista y filántropo; mientras Manny Ramírez se convierte en un siervo de Dios y se dedica a predicar su palabra; mientras Moisés Alou, su papá Felipe, Manuel Mota y otros adecentan y honran la vida pública de los deportistas; David Ortiz comparte, penosa y desgraciadamente, con narcotraficantes, raperos, reguetoneros, dembowseros y cuanto vicio moral se mueve en ese pérfido ambiente.

¿Tiene él la culpa? No y sí. No, porque es el producto natural de una sociedad deformada, y esos millones de desharrapados (en su específico caso, sus orígenes) no tienen dolientes en un medio en el que los que gobiernan sólo piensan en sí mismos; y sí, porque le debe respeto a quienes lo amamos, a quienes reconocieron su hazaña y a quienes se empeñaron en usar su nombre para distinguir las alegóricas vías que acceden al Fenway Park, el más antiguo, amado y emblemático parque del mejor béisbol del mundo: el de las Grandes Ligas. Además, ¿qué podría costar y cuánto podría significar la contratación de profesionales de la conducta humana, de mejoramiento de imagen y de comportamiento social a un hombre que devengó, sólo jugando béisbol, 160 millones de dólares?

República Dominicana tiene ahora muchos dolientes; los mismos que son hurtados, marginados, despreciados, ultrajados y aplastados por los perversos que gobiernan. El complejo de inferioridad los lleva a ser "solidarios" con una causa subnormal; el mismo complejo de inferioridad que muestran al asombrarse, como si fuera una proeza extraordinaria, porque médicos dominicanos salvaron la vida a David Ortiz. Desde que tenemos uso de razón reconocemos que en nuestro país hay brillantes médicos, como también brillantes hay ingenieros, abogados, intelectuales, etc., pero ese réprobo complejo de inferioridad -igual que un nacionalismo que envilece- lleva a muchos a maravillarse por cosas que siempre han existido, han sido y siguen siendo normales.

Quienes opinan que es un país seguro pueden salir, en las horas en las que reina la oscuridad, a pasear por esas zonas descritas al principio en las que la delincuencia campea por sus fueros. Sólo le pedimos a Dios "que el dolor no [nos] sea indiferente, que la reseca muerte no [los] encuentre vacío[s] y sin haber hecho lo suficiente...". Hay que estar muy desconcertado, y vivir muy aislado del mundo, para comparar la seguridad en nuestro suelo con la que exhiben Estados Unidos, Cuba, Singapur, Canadá, Australia, Reino Unido, los países europeos, etc. Con nuestra hija hemos visitado muchas ciudades de esas naciones, y hemos estado en sus calles hasta las tres y cuatro de la madrugada caminando, tomando trenes, taxis y guaguas, y nos hemos sentido muy seguros paseando y disfrutando de sus bellezas y sus historias.

¿Podemos decir lo mismo de ese país nuestro que todos queremos? Seguro no es salir en la aberración en que la deformación social ha convertido la palabra "yipeta"; el dominicano que posee ese vehículo se cree Rambo, Batman, Superman, y llega a los lugares, y sale de ellos, con los cristales entintados, a toda velocidad, arrollando lo que encuentra en su camino, en un temerario desplazamiento con el que pone de manifiesto su impertinencia, su prepotencia y su arrogancia (sea hombre macho masculino o mujer hembra femenina; ahora, con el asunto de la igualdad de géneros, hay que especificar muy bien los sexos)...

País seguro es aquel que se puede transitar caminando, en taxi o apelando al sistema de transportación pública.

Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
16 de junio de 2019